Sobre mi cintura
perdura el recuerdo
de aquellas mañanas
y de atardeceres,
de dulces paseos.
Brazos enlazados
susurrando besos,
desafiando al mundo
y hasta presumiendo
de tener las manos
llenas de ilusiones
y ardientes deseos.
Y el tiempo se encarga
de velar los cielos,
de aflojar abrazos
y desarmar sueños,
pero no podrá
borrar el recuerdo
de aquellos chispazos
que, aunque ya no quemen,
nunca se extinguieron
gracias a ese duende
que llevamos dentro,
que sigue enredando
nuestro pensamiento
desde aquel buen día
que quedó prendido
en una mirada,
y fue compañero
de aquellas mañanas
y de atardeceres
de dulces paseos.
Marisol, 18-9-14
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