martes, 21 de noviembre de 2017

LA CASA


Entrega de premios en el aula cultural de El Corte Inglés de Valencia

6 de noviembre de 2017







Tres bostezos seguidos parecían ser la mejor excusa para retirarse a dormir. El día había sido intenso. Había conocido  y saludado a mucha gente y había estado conduciendo casi toda la mañana. Aun así el café de mediodía (con cafeína) podía jugarme una mala pasada, pues al colocar la cabeza sobre la almohada mis ojos se abrirían de par en par, augurando una noche movida. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.Al no conciliar el sueño sentí la necesidad de ir al baño. Salí  sigilosamente evitando hacer cualquier ruido que pudiese despertar a alguien, y de momento me encontré frente a unas empinadas escaleras (juraría que aquí estaba el baño), pero los efectos del sueño justificaron el despiste.Subí peldaño a peldaño con el mayor cuidado posible, y una vez en la planta de arriba acerté a encontrar, por el tacto, los alicatados azulejos del baño. Tampoco fue así, se trataba de la cocina. Por un momento titubeé, pero enseguida decidí que ya que estaba allí aprovecharía para tomar un vaso de leche. Es un remedio infalible para poder dormir. Aunque resulta más efectivo si se toma un poco caliente, la tuve que tomar a temperatura ambiente, pues no logré encontrar la forma de calentarla. Ni encendedor, ni microondas…, pero era agradable sentirse en medio de aquella calma. Aquel silencio me envolvía de una forma mágica, ya que la estancia, ausente de todo sonido externo, parecía latir, emocionada por toda la vida que albergaba. Solamente el reflejo de la luna se colaba a través de las ventanas.Aquella paz me hizo repasar mi estado anímico: me encontraba bien, casi en paz conmigo misma (eliminar el casi podría ser una osadía).Había llegado hasta allí con motivo de unas pequeñas vacaciones para pasar unos días con mi hijo, su mujer y sus dos pequeños. El ambiente era estupendo. Había mucha familia por parte de ella, pero me acogieron tan bien, que en ningún momento me sentí fuera de lugar. Iba a disfrutar de unos días a tope.Juraría que la cocina, a pesar de la ausencia de luz, no se encontraba en perfecto estado de revista, pero, claro, por nada del mundo iba a opinar nada al respecto. Faltaría más, una suegra opinando…Decidí que pasaría al baño y me iría a la cama, pero cuál sería mi sorpresa cuando al entrar en el aseo me encontré con el lavabo tumbado en el suelo. Me podrían haber avisado. Era evidente que estaban de reforma. Menos mal que el inodoro se encontraba en condiciones de ser usado.Volví a buscar la escalera para volver por donde había subido y me percaté de que seguía hacia el piso de arriba. Me daba un poco de apuro subir a investigar, pero gracias al reflejo de la luz de la luna no tendría que encender ninguna luz y, por supuesto, no iba a entrar en ninguna habitación que estuviese cerrada. La curiosidad mandaba por encima de cualquier otro pensamiento.Comencé a subir los escalones, pero con mucho más tiento, pues temía que algún peldaño pudiese crujir y delatarme en mi investigación. Al final de la escalera una pequeña estancia me daba la bienvenida. En la pared de enfrente, un mueble de estilo un tanto victoriano contrastaba con el resto de la decoración de la casa, bastante moderna. En el rincón, una silla, a juego con otra de tres plazas situada en el piso de abajo, y tapizada en raso de color perla, me invitaba a descansar. Permanecí unos minutos sentada observando aquel mueble. Era evidente que tenía una categoría especial, pues suponiendo que lo habían adquirido de segunda mano, se adivinaba la cantidad de secretos que podían estar cobijados en sus cajones, alineados de manera horizontal por encima de unas puertas en la parte de abajo y una vitrina central en la parte de arriba, flanqueada por dos columnas de estantes estrechos, una a cada lado. Casi se podía visualizar las figuras de porcelana que en un pasado de lujo y bonanza habrían ocupado esos estantes.No quise abrir ninguna puerta, pero a través de los cristales se podían ver unas copas lineales y modernas que parecían haberse colado sin permiso en aquel espacio. De todas formas era una buena comunión entre épocas o, al menos, eso me parecía a mí.Se estaba bien, allí sentada, pero llamó mi atención la puerta entreabierta que daba al pasillo contiguo. Si estaba abierta… me asomaría un poco tan solo. Quedé algo contrariada, pues era una habitación infantil con una cuna en el centro, muy bien arropada por una sutil cortinilla engalanada con una refinada puntilla de guipur. No comprendía cómo habían preparado una cuna tan pequeña sabiendo que los “huéspedes” que venían de camino eran dos. Dos preciosos niños que se suponía deberían estar en el  piso de abajo, plácidamente dormidos en una cuna doble, donde yo misma los había arropado antes de empezar a bostezar, hacía apenas un par de horas.Seguro  que esa cuna tan acicalada había sido un regalo de algún pariente despistado.Y las escaleras seguían hacia otro piso más. Me sentí bastante desconcertada, pero tenía que seguir. No podía volver a mi cuarto, estando totalmente espabilada.El final de las escaleras quedaba en medio de dos habitaciones situadas una frente a la  otra. Aquello ya tenía más sentido. Se trataba de dos espacios muy especiales donde se podían contemplar las aficiones de cada uno. La sala de música de mi hijo y la sala de costura de su mujer.En la de ella se podía contemplar, todo esto sin luz, solamente con el reflejo de la luna, un maniquí esperando que le vistiesen, y algo que me sorprendió bastante, pues siendo yo también modista, nunca he utilizado semejante artilugio, pero intuía que se trataba de un objeto de decoración: una rueca. La máquina de coser no estaba, o al menos no estaba a la vista. Había una caja decorada que parecía ser un costurero, que, por supuesto, no me atreví a abrir. Enfrente, la habitación de él. Estaba claro que faltaba el piano, pues es una prolongación de sus dedos. Lleva toda la vida tocándolo. Había una pared que parecía estar a la espera de que llegase de un momento a otro. En un rincón se apoyaba un violonchelo, y al lado, un arpa. Me sorprendió ver estos dos instrumentos. Mi hijo nunca los había mencionado, pero seguro que si se lo proponía podía tocarlos. Es un virtuoso de la música.He de decir que al contrario de las demás habitaciones, cuyas paredes estaban revestidas por papel de delicados colores, estas dos estaban decoradas en color verde chillón. Me pareció que eran unos tonos bastantes cansinos, pues tratándose de espacios donde relajarse, realizando tareas tan creativas, no me pareció lo más adecuado, pero como viene siendo mi tónica, ya me cuidaría yo de opinar sobre la decoración de la casa. Faltaría más. Una madre opinando. Sería incapaz. ¡Uff, qué pereza!Ya me parecía que iba siendo hora de volver a la cama. Sin darme cuenta estaba más de una hora deambulando por la casa.Con todo cuidado bajé las escaleras. Con la poca luz que me envolvía temía dar un tropezón y armar un estruendo que despertase a los pequeños. Al llegar al piso de abajo vi que la puerta de una habitación que parecía cerrada, estaba entreabierta. Yo no quería ser indiscreta y meter las narices donde no me llaman, pero, ¡ay, qué fuerza me arrastraba a investigar un poco!Cuál sería mi sorpresa cuando descubrí la habitación principal con su cama de matrimonio, pero no estaba ocupada. La cama, rigurosamente vestida con una colcha de raso con puntillas chantillí, mostraba dos cuadrantes a juego, meticulosamente colocados sobre la almohada, que quedaba sutilmente iluminada por un pequeño destello de la luna que se había colado por alguna rendija. Del resto de la habitación solamente podía distinguir un mueble tocador con un espejo que, en la penumbra de la noche, me recordaba al de la mala del cuento de Blancanieves. Sí, sí, ese que le respondía con muy mala idea sobre el paradero de la muchacha.La otra parte de la cama me era imposible visualizarla. Estaba muy oscuro, pero seguro que allí se encontraba la cuna doble con los dos pequeños. Me pareció extraño que la cama estuviese intacta, pues era demasiado tarde para estar levantados, pero allá cada cual con sus costumbres.Yo necesitaba dormir porque al día siguiente tenía previsto salir a caminar por la playa hasta un pueblo vecino, así es que tenía que descansar. Aunque después de tantas novedades mi ánimo estaba un poco alborotado.Llegué hasta la puerta de mi cuarto, que abrí con sumo cuidado y me enrosqué entre las sábanas, dispuesta a tener unas palabritas con Morfeo. Y llegamos a un  buen entendimiento a pesar de revolotear por mi cabeza todo lo que había descubierto aquella noche.Llevaría unas cuantas horas durmiendo cuando el llanto de uno de los bebés me invitó a situarme dónde estaba, y sirvió para que no me perdiese el gran espectáculo del amanecer. Tras la cortina, una amalgama de colores engalanaba el cielo que se recostaba plácidamente sobre las aguas tranquilas de la playa.En ese momento, un destello inmenso se coló en la habitación y una serie de imágenes pasaron por delante de mi cabeza: las escaleras, el lavabo en el suelo, la minicuna, el maniquí, el arpa, la rueca… Todo, todo estaba delante de mis narices ¡literalmente!Sí, allí mismo, sobre el sinfonier, situado a los pies de la cama, se encontraba, a medio montar, pero flamante y hasta un poquito insultante ¡¡una casa de muñecas!!Por un momento no fui capaz de distinguir si el día anterior la había visto… o la había soñado.El día transcurrió tranquilo. Un relajado paseo, seguido de una comida en agradable compañía y la ternura de mis nietos, convirtieron aquella jornada en un verdadero regalo. Y al llegar la noche un profundo deseo anidó en mi pensamiento. Me acurruqué, abrazando la almohada y me dejé llevar, esperando poder acariciar las cuerdas del arpa, las del violonchelo y hacer girar la rueda de la rueca. E incluso abrir la vitrina del mueble de los mil secretos. Y acariciar el relieve de aquella pared de color verde chillón. Quería volver a  sentir esa paz que viví la noche anterior. Y soñar,  soñar…




Y que un sueño te dibuje una sonrisa,que lo toques con la punta de los dedosy persigas conseguir esos deseos de ilusión,que en tu corazón palpitan.

Marisol Puche Salas



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