jueves, 2 de enero de 2014

LA TORMENTA



Cuento de Navidad

2012

Marisol Puche Salas 

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PRIMER PREMIO

DEL

V CERTAMEN CUENTOS NAVIDEÑOS

Asociación Cultural "tabasal

Valverde (Elche) 5 de enero de 2013

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LA TORMENTA

                       
                                                                                    El regalo
                                                                                               
   Los balonazos rebotaban sobre la canasta del patio del instituto. Ese sonido era el reclamo que hacía acudir a un buen número de alumnos que encontraban en esa actividad el único punto de conexión con el que relacionarse.
   Hacía pocas semanas que había comenzado el curso y los que habían llegado nuevos ese año todavía no se habían integrado con el resto de sus compañeros. Las condiciones no eran muy favorables, pues eran chicos de culturas diferentes con el handicap del idioma. La convivencia resultaba un tanto complicada.
   Tratándose de un barrio humilde, había un gran número de inmigrantes. Muchos de ellos no permanecían todo el período de escolarización en el centro y eso hacía que cada curso hubiese caras nuevas. Al profesorado le resultaba bastante laborioso crear un ambiente cálido y constante. Había que inventarse actividades que motivaran a estos chicos y que al mismo tiempo les mantuviese unidos para llevar a cabo algún trabajo o empresa.
   Estando próxima la Navidad, uno de los profesores, Manuel, propuso montar una representación sobre la adoración de los Reyes Magos.
    Ante la escasez de entusiastas voluntarios, decidió hacer un “casting” de “obligado cumplimiento”. Les convenció asegurándoles que quedarían libres de algunas tareas que se convalidarían con los ensayos. No estaban muy convencidos pero, a regañadientes, aceptaron. Eran chicos de primer  curso y todavía se les podía convencer.
   Como había alumnos de varias nacionalidades, reunió un grupo bastante heterogéneo: la Virgen era una niña española, Lucía. Fue el único papel para el que se habían presentado tres candidatas y hubo que hacer un sorteo. Las chicas parecían más participativas. San José recayó en José, un niño colombiano que aceptó sin mucho entusiasmo. Para los tres reyes eligió a Borna, un chico croata. Yuan, de nacionalidad china y Sirhan, un chico negro de Ruanda. Los tres daban el perfil idóneo:  Borna, que lucía una descuidada melena rubia, sería Melchor. El aspecto de Yuan era bastante apropiado para Gaspar. Y Sirhan venía para Baltasar, que ni pintado. Y nunca mejor dicho. Casi siempre hay que embadurnar la cara al actor que encarna a este rey.
   De ángel, Nico, el más “chiquitajo” de la clase. Y como no había a la mano ningún niño pequeño, Lucía se llevaría un muñeco de su casa.
   Ya estaba “montado el belén”. Ahora había que ponerse a trabajar.
   Les entregó a cada uno el guión para que lo fuesen repasando. Un guión bastante particular pues contenía más dibujos que palabras. Era la mejor manera de que lo comprendiesen. Borna se defendía bastante bien con el idioma pero Yuan y Sirhan tenían unos conocimientos bastante escasos.
    Parecía una misión con pocas posibilidades de éxito, pero Manuel era una persona luchadora y su cabezonería le había hecho conseguir, en muchas ocasiones, sus objetivos.
   Hacían talleres para confeccionar parte de los ornamentos de los trajes, aunque también podrían utilizar algunas ropas que el centro guardaba de otras representaciones.
   Se reunían por grupos para estas tareas. Parecía una fórmula bastante efectiva para conseguir que estos muchachos aprendiesen a convivir en armonía aunque algunas veces se disparaban los ánimos y resultaba casi imposible.
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   El trío de reyes tenía que buscar la ropa adecuada para cada uno y ayudarse entre ellos para conseguir un resultado coherente.
   Una tarde decidieron bajar al sótano para buscar en unas cajas, algo que les sirviese. Se animaron cuando vieron algunas túnicas que podían quedar perfectas para la ocasión. Comenzaron a hacer planes para repartirse aquello. La dificultad del idioma les jugaba, a veces, una mala pasada porque cada uno interpretaba las decisiones a su conveniencia y se enfrascaban en discusiones caóticas que, cargadas de comicidad, desembocaban en pelea.
   Cuando más caldeado estaba el ambiente, algo hizo que se enfriaran los humos. Se habían quedado totalmente a oscuras y la ausencia de ventanas convertía aquella sala en un agujero negro de donde no sabían cómo salir.
   Cuando por fin encontraron la puerta, subieron las escaleras que conducían a recepción y entonces se dieron cuenta de que habían perdido la noción del tiempo. ¡Se habían quedado encerrados! Y no solo eso, al asomarse por las ventanas, vieron que estaban en plena tormenta con lluvia, relámpagos y truenos, motivo por el cual se había ido la luz.
   Se estaban empezando a asustar cuando Borna les tranquilizó. –No pasa nada, llamamos por teléfono al ayuntamiento y que vengan a sacarnos. -¡Qué buena idea!- pensaron, pero la alegría se diluyó como si le hubiera caído encima el diluvio que estaba anegando las calles que les rodeaban. Cuando descolgaron el auricular, no había señal alguna. Las líneas también estaban afectadas por el temporal.
   Después de unos minutos de desesperación, trataron de organizarse. Yuan  recordó que en la sala de profesores había visto un frigorífico, un día que entró con su madre a hablar con el profesor.
   Lo único que encontraron fue un paquete de leche y unos zumos. Y rebuscando en un cajón, unos paquetes de galletas. Dieron buena cuenta de todo ello y según avanzaba la tarde se convencieron de que iban a pasar allí la noche. La tormenta habría destrozado algún poste del tendido eléctrico y no parecía que lo fuesen a reparar pues no paraba de llover.
   Rebuscando, encontraron una linterna. Así, por lo menos, se podrían orientar un poco. Decidieron bajar otra vez al sótano y seguir buscando cosas para la obra, se pusieron unos ropajes y comenzaron a ensayar.
   Intercambiaron alguna idea y siguieron charlando o intentando charlar pero ya acurrucados y envueltos en una especie de manta. El cansancio y el frío les acechaba.
   De momento oyeron un estruendo. No sabían si era granizo, pero el miedo les hizo cubrirse las cabezas y permanecer abrazados durante bastante tiempo. Al cabo de un buen rato se dieron cuenta de que reinaba un silencio absoluto.
    No se atrevían a sacar las cabezas de debajo de la manta, pero Yuan, armándose de valor, asomó la nariz y pudo comprobar que ya había pasado la tormenta, el cielo estaba totalmente despejado y lucían las estrellas con todo su esplendor. ¿¿Las estrellas?? ¿¿el cielo?? ¿qué estaba pasando? Alertó a sus compañeros y allí estaban los tres, en medio de la noche y en un cruce de caminos por el que ninguno de ellos recordaba haber pasado nunca.
    No sabían como habían llegado hasta allí. No había nada que les resultase familiar excepto las ropas que se habían puesto y unas bolsas que habían encontrado en el sótano. Estaban a sus pies, aunque mirándolas bien, tenían un aspecto distinto. Cuando las abrieron, una de ellas tenía unas bolitas rojizas, y la otra, amarillas. Eran una especie de resina. La tercera también tenía bolitas, pero eran más brillantes. ¡Eran de oro!
   ¡Aquello era lo que nombraba el guión de la obra de teatro! El oro, el incienso y la mirra.
   Estaban aturdidos. Aquello no tenía sentido. No podían pensar con claridad y estaban, pero que muy asustados. Pero…no estaban solos. Se tenían los unos a los otros. Eso hacía más llevadero el hecho de estar tan perdidos.
   Recordaban con bastante detalle cómo se desarrollaba el guión de la obra y decidieron llevarlo a cabo. Cada uno cogió el presente que le correspondía y se dispusieron a emprender la marcha, pero ¿por cuál de los tres caminos? De repente, Borna recordó lo de la estrella anunciadora.
   -¿Será posible que nos esté pasando esto?- Había que confiar en que ocurriese algo y se sentaron a esperar.
   De vez en cuando daban alguna que otra cabezada haciendo un gran esfuerzo por no sucumbir al sueño.
   De repente, el cielo se iluminó y con todo su esplendor, apareció una enorme estela. Estaba claro que les indicaba una dirección y comenzaron a caminar. Al cabo de un rato vieron a unos pastores que se dirigían hacia un punto del camino en el que había un pequeño grupo de personas. Cuando se acercaron, reconocieron el dibujo del pesebre que había en el guión. Quedaron impresionados al ver lo bien que estaban interpretando su papel tanto Lucía como José. ¡Hay que ver que bien maquillados! Están irreconocibles. ¿Y el niño? ¡Qué suerte! Habían encontrado uno de verdad. ¿Y estos animales? Eso no estaba en el guión, pero no quedaban mal.
    Con toda solemnidad, se acercaron al pequeño y depositaron el oro, el incienso y la mirra. Tanto San José como la Virgen les dirigieron una sonrisa de agradecimiento.
   Un pastor que estaba por allí, les dio unos tazones de leche recién ordeñada y una hogaza de pan para el camino de regreso. Un chico se les acercó y les entregó tres ramas de olivo. Les dijo con una voz muy candorosa que allá donde fueren llevasen la paz. Por su forma de hablar y por su escasa estatura, dedujeron que aquel debía ser Nico, el ángel. Y emprendieron el camino de regreso.
   Comenzaron a andar e instintivamente siguieron una dirección. Era un largo recorrido pero cuando uno desfallecía, los otros le ayudaban a seguir, hasta que el cansancio pudo con ellos. Se acurrucaron en un recoveco del camino y cubriéndose con un montón de hojarasca, se abrazaron para darse calor y quedaron sumidos en un profundo sueño.

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   -¡No me zarandees!- repetía Borna, intentando seguir durmiendo. - ¿Qué pasa?- Yuan y Sirhan mascullaron algo en su idioma. Cuando consiguieron abrir los ojos, se encontraban en el sótano del instituto y oían los gritos del conserje que los había encontrado y estaba dando aviso, a voces, al resto de personas que se habían pasado toda la noche buscándolos por todo el pueblo.
   Hubo un gran revuelo. Madres llorando, amigos gritando, profesores intentando calmar los ánimos. Cuando todo se tranquilizó, se aclaró la situación y todos se despidieron celebrando que no les hubiese pasado nada.
   Conforme se iba acercando el día de la representación, en algún momento habían comentando la coincidencia de haber tenido los tres el mismo sueño el día de la tormenta. Era algo muy confuso pero no les preocupaba.
   Por fin, llegó el gran día. Estaban un poco nerviosos pero se sentían seguros. No en vano habían tenido un ensayo muy especial. Al prepararse para salir a escena, sintieron la necesidad de cogerse de las manos y apretar con fuerza sintiendo revivir la emoción de aquella noche.
   Todo se desarrolló como estaba previsto. Hubo alguna diferencia en relación con el mágico sueño: el niño era el muñeco de Lucía y no se les acercó ningún pastor a ofrecerles un tazón de leche. No la necesitaban pues no tenían tanto frío como en el sueño.
   Les entregaron los presentes a Jesús y tanto la Virgen como San José, mostraron su agradecimiento con una sonrisa. Fueron desapareciendo de la escena y comenzaron a oírse los aplausos.
   En ese momento hubo una ráfaga que envolvió a los tres amigos. Era una imagen que acudió a sus mentes. Se miraron y  repitieron al unísono: ¡Las ramas de olivo!
 Eso solo había pasado en el sueño. Se las había entregado el ángel, pero no estaba ensayado para la obra. Instintivamente metieron, expectantes, sus manos en los bolsillos de las túnicas. Sus ojos se llenaron de luz. ¡Los tres tenían su rama correspondiente!
   Borna Melchor, Yuan Gaspar y Sirhan Baltasar asieron con fuerza las ramas de olivo con la intención de cumplir el encargo que se les hizo cuando se las entregaron.
   Después, con el tiempo, comprendieron que ellos le ofrecieron a Jesús aquellos simbólicos presentes y que, a cambio, habían recibido un regalo que, en forma de tormenta, se había convertido en el mejor tesoro que se puede poseer: La amistad.

                                     

   Gracias.
   Por mirarme y sonreír,
por ayudarme a soñar,
por no apartarte de mí,
por mostrarme tu bondad
y sobre todo, mil gracias
por brindarme tu amistad.

                                        Marisol

miércoles, 1 de enero de 2014

LA SUERTE



   Si vas buscando la suerte,
que se encuentre en duermevela,
no sea que esté dormida
y pases y no te vea.

   Pero ¿hay que ir a buscarla?
¿hay que salir al camino?
¿o simplemente se encuentra
porque la traiga el destino?

   Es un misterio saber
por qué te toca el regalo
de tener o no tener.

   Deseas que se detenga,
que no se pase de largo,
pero solo la tendrás
si así lo quieren los hados.

   Pero eso sí, por si acaso
déjale la puerta abierta,
no te despistes, procura
que te encuentre en duermevela,
no vaya a ser que se arrime,
te duermas y no la veas.
                              Marisol, diciembre-2013

NIÑO CHICO


   Tres magos de Oriente,
siguiendo una estrella,
llegaron fervientes
a humilde portal.

   Oro, incienso y mirra
fueron los presentes
dignos de realeza
y divinidad.

   Cientos de pastores,
huertanos, granjeros,
llevaron regalos,
calor y amistad.

   Y, a cambio, el pequeño,
con dulce sonrisa,
repartió un derroche
de amor y de paz.

   Abramos las manos
y los corazones
para recibir
tan tierna bondad.

   Y así compartir
el lindo mensaje
que aquel niño chico
nos vino a entregar.
                          Marisol, 11-11-13

sábado, 14 de diciembre de 2013

NAVIDAD - 2013




Me gustaría enviar
un saludo muy sincero
a quien, desde algún lugar,
visita este humilde lar
y comparte mi sentir
mis pensamientos, mis versos.

Ya llega la Navidad
colmada de sentimientos.

Alegrías y tristezas
nos envuelven con la magia
y el abrazo de un recuerdo.

Ojalá reine la paz
para que todos tus sueños
se lleguen a realizar.

De corazón, de verdad,
este es mi mayor deseo.

                     Marisol, diciembre-2013


miércoles, 4 de diciembre de 2013

NO TENER PRISA


  -No tengo ninguna prisa-
  apuntó aquella señora,
 plácidamente  sentada,
 sin aparentar demora.

    Y yo me digo: ¡Ya ves!
 pues si dices no tener
 aquello que no posees,
 me da que pensar que sí,
 que va a ser que sí lo tienes.

    Porque si niegas un no
  me estás refiriendo un sí,
  pues no tener algo dice
  que no posees dicha cosa,
  mas si dices que no tienes
  nada, tendré que pensar
  que algo debes de tener
  si no careces de tal.

     Por lo tanto, es conveniente,
  si es que tú no tienes prisa,
  que digas que no la tienes
  o la acompañes de “alguna”,
  o de  “poca” o de “bastante”
  o de “mucha”,
  pero nunca de ninguna
  si es que, de verdad, no tienes.
                                 Marisol,  18-8-13

martes, 26 de noviembre de 2013

MI CALMA



   No te acerques, no me toques
no me desarmes la magia,
mi burbuja, mi ilusión,
mi todo o tal vez, mi nada.

   No derrumbes mi castillo,
no atravieses mi alambrada,
deja que el viento acaricie,
tan solo, mi piel callada.

   Y si, de lejos, tú quieres,
me dices, me sientes, clamas,
pero no, no te me acerques,
deja que reine mi calma.
                                        Marisol  5-3-13

jueves, 21 de noviembre de 2013

EN EL CAMINO (2013)

                             
            - Camino Sanabrés -    
        Orense-Santiago de Compostela
       Agosto-2013
                                                       

     Marisol Puche Salas


           A las Meninas, que lo hicieron posible:


                Mª Agustina Sarmiento: Ana Mari Navarro Rovira
Isabel: Mari Cruz Pérez Ycardo
Margarita: Rosa Mari Amores Salto


                                          Marisol (Mari Bárbola)




  Me acababa de acurrucar en un suspiro. El día anterior había sido un tanto inquieto. El despiste, la dejadez o la mala intención de algún desalmado hizo peligrar la cálida paz de mi bosque. Un conato de incendio había tenido en vilo a los guardas que se pasaron toda la noche tratando de controlar la situación. Ya, de madrugada, lo estaban consiguiendo y yo intentaba descansar cuando, de pronto, un estridente sonido martilleaba en mis oídos. Eran unos horrendos gritos y cuando presté atención ¡no me lo podía creer!: cuatro almas cándidas atravesaban el bosque, muertas de miedo por la oscuridad que reinaba, pues la luna nueva se guarda mucho de regalar destello alguno. Pero lo que es peor: presumían de que estaban cantando y, según les oía decir, lo hacían para evitar que cualquier habitante del bosque saliese a asustarles… con su propio miedo.
   Se podía respirar el susto que llevaban y, claro, no me pude resistir. Aquello era un manjar servido en bandeja.
   Mi nombre es Voladoira, vivo desde hace unos cuantos siglos en este bosque cercano a Silvaboa. Es paso del camino de Santiago, pero tengo que decir que por aquí no suele pasar mucha gente pues hay otra alternativa que resulta más corta, así es que cuando vi a estas cuatro “perlas” pensé: me las quedo. Y pasé a la acción.
   En un momento en el que se acurrucaron para comprobar, en el plano o el mapa que llevaban, si iban en la dirección correcta, hice una pirueta sobre ellas y, dando unas cuantas vueltas, las envolví con una gran lazada. De momento no quise apretarles mucho para que se pudiesen mover. Quería saber cómo se desenvolvían pues me parecían unos ejemplares bastantes peculiares. Además, les oí un comentario en el que mencionaban que “haberlas, haylas”. Me cayeron bien.
   Era el segundo día que salían a caminar. Habían pasado la noche en Cea, después de veintiún kilómetros andando desde Orense, donde habían llegado tras doce horas de autobús. Yo creo que eso tuvo que ser peor que lo del bosque, por muy oscuro que estuviese.
   La tarde anterior recorrieron las callejuelas del pueblo y descubrieron enseguida que la representación masculina de Cea suele ser bastante tosca. Menos mal que las féminas contrarrestan esa deficiencia, pues son atentas y serviciales.
   En una casa-tienda les prepararon una opípara cena con su correspondiente postre de queso y, claro, aquello había que regarlo. Y qué mejor forma de hacerlo, que con un buen vino y un exquisito orujo. Entonces, parece ser que ocurrió un fenómeno que se repetiría a lo largo del camino con una de nuestras amigas: cuando el orujo le entraba, despertaba sin contemplaciones a las dulces y sutiles Meninas. Sí, las Meninas de Velázquez. Nuestra narradora en cuestión sentía como se afanaban por salir y no tenía más remedio que recitar aquellos versos que describían el gran cuadro del ilustre pintor. Al salir acompañadas de los efectos etílicos, solían dar algún que otro tropezón que añadía cierto toque divertido a la narración. La primera “actuación” fue en petit comité, pero se fue corriendo la voz y se repitió en días sucesivos el brindis del orujo para provocar que las damas en cuestión hiciesen acto de presencia. Y vaya que lo hicieron.
   Cuando, por fin, nuestras amigas salieron del bosque, respiraron tranquilas y hasta llegaron a bromear con la situación por la que acababan de pasar. Entre la oscuridad y los vestigios del apaciguado incendio, habían llegado a estar realmente asustadas, pero no perdían el buen humor. Me dije: sigo con ellas. Y me dispuse a enredarlas un poco más.
   Al pasar por el Monasterio de Oseira tuve que desenredar un poco la madeja. Dos de ellas se quedaron a visitarlo y las otras dos siguieron. Daba gusto ver cómo disfrutaban. Unas, atendiendo las explicaciones del monje…“pálido” y las otras, con las peripecias que tuvieron que salvar al encontrarse con un rebaño de vacas y ovejas. Las vacas eran impresionantes según ellas. Para mí, eran… vacas. Iban solas por el camino sin pastor que las guardase y nuestras amigas tuvieron que pasar por en medio de la comitiva, casi sin respirar para no incomodar a los pobres animales. Eran momentos tensos, pero al mismo tiempo les proporcionaban una serie de emociones a las que no estaban acostumbradas. El contacto con la naturaleza les hacía sentirse renovadas, libres, relajadas, auténticas, felices. Este segundo día de marcha podría decirse que no tenían prisa por llegar. Querían disfrutar del camino.
   Llegaron a Castro-Dozón y, claro, como no fueron de las primeras, tuvieron que conformarse con unas esterillas diminutas para dormir. Menos mal que, haciendo amigos, unos simpáticos jóvenes les dejaron unas colchonetas y mejoraron un poco.
   Yo confieso que, poco a poco, iba enredándolas un poco más, pero ellas también poseían algo de magia, pues tenían una gran habilidad para entrelazarse con los demás del grupo. Tuvieron una velada muy divertida, donde de nuevo surgió el trueque “orujo-Meninas”.


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   La tercera jornada iba a ser bastante dura. Tenían por delante casi veintiocho kilómetros y aunque no había muchas subidas, salieron dispuestas a esforzarse. Los pies ya se iban resintiendo, los gemelos hacían acto de presencia y las rodillas sufrirían esas largas bajadas, aunque el ingenio hizo que descubrieran nuevas técnicas. Lo mismo bajaban de espaldas que haciendo un sonoro zig-zag. Y digo sonoro porque enseguida se ponían a cantar.
   Este día empecé a estar un poco alerta pues resulta que la meiga soy yo, pero ellas hacían, cada vez, cosas más raras. Cuando llegaban a un cruce de caminos tenían un ritual que consistía en cantar (todo lo arreglaban cantando), con más o menos acierto, “un pasito palante María” o algo así. Lo traerían preparado expresamente para ellas, pues las cuatro eran Marías (Mari Cruz, Ana Mari, Rosa Mari y Marisol). Creo que era una especie de conjuro para evitar las malas influencias. Muy poco efectivo, pues yo no notaba ninguna fuerza que me apartase de ellas, aunque de todas formas, solo me limitaba a tenerlas atrapadas entre sí y creo que eso no les hacía ningún daño.
   He de decir que aunque, como mi nombre indica, me dedico a volar y hacer piruetas por el aire, soy una meiga y reivindico mi derecho a asustar un poco.
   Había otro tema que también reafirmaba mis sospechas: cuando alguien tenía una molestia, acudía a ellas para que le pusiera un hilo atado por la parte afectada. Hay que reconocer que eran un poco chapuceras, pues los hilos que yo utilizo, son muy sutiles y procuro que no se vean. Ellas no. Una cuerda con dos vueltas y unos nudos y se quedaban tan tranquilas. Y la gente, tan contenta. Estas cosas desprestigian el oficio, pero eso es otra historia.
   Esta etapa estaba resultando bastante dura. Yo confieso que no las lié tanto como para que se pusieran a dar vueltas, pero creo que algún rodeo sí que dieron. Y digo que creo porque me estaban empezando a confundir. Cuando más tranquilas iban y rodeadas del máximo silencio, comentaban, unas con alegría y otras con desilusión, que ¡tocaban las campanas! Yo prestaba atención y, ¡por la meiga que me embrujó!, yo no oía nada, aunque a veces me convencían de que sonaba un tintineo.
   Ellas también estaban un poco confusas, sobre todo cuando preguntaban a algún lugareño cuánto faltaba para llegar. –Dos kilómetros- Esa fue la respuesta que estuvieron oyendo durante casi dos horas.
   Abatidas por la desesperación, una de ellas comenzó a soltar una especie de regañina, invitándolas a que mirasen a su alrededor. Al principio yo no entendía nada, pero, poco a poco, me dejé llevar por su entusiasmo y empecé a darme cuenta de que yo estaba acostumbrada a ver aquel entorno y quizás había dejado de sorprenderme por la belleza que me envolvía. Bueno, que nos envolvía. Me gustaba sentirme parte de aquellas mujeres que sabían disfrutar de lo que les rodeaba: un frondoso paraíso cuajado de helechos, musgo, aquellos pomos de hortensias…  Noté cómo, de pronto, se recargaban de energía y seguían el camino.
   Por fin, llegaron a Silleda. Al entrar en el patio del albergue con las comisuras de los labios hacia arriba, como les había aleccionado la reñidora en cuestión, fueron recibidas con una gran ovación y con muestras de júbilo por parte de los demás compañeros, que ya habían llegado hacía un buen rato.
   La verdad es que despertaban simpatía en el resto de los componentes del grupo, pues se desenvolvían bastante bien y teniendo en cuenta que dos de ellas habían sobrepasado ya la media docena de decenas, pues no estaba mal el ritmo que llevaban.
   Conforme pasaban los días se iba afianzando la amistad con los demás compañeros y ellas eran, cada vez, más populares. Ya empezaban a ser conocidas como las Meninas a lo que no pusieron ninguna objeción. Al contrario, decidieron repartirse los personajes del cuadro y la recitadora iba a ser la encargada de hacerlo. A Ana Mari le adjudicó el papel de María Agustina Sarmiento. A Mari Cruz, el de Isabel. La princesa Margarita sería Rosa Mari y Marisol se quedó con el de Mari Bárbola.
   Pasaron el resto del día relajadas y descansando para enfrentarse al nuevo día. Yo quería aprovechar esos momentos para apretar un poco más los lazos que las envolvían, pero era complicado. No me dejaban concentrarme pues de momento una de ellas contaba pequeñas historias que les producían al resto unas sonoras carcajadas. Era muy gratificante ver lo bien que se lo pasaban.


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   A la mañana siguiente, bien temprano, comenzaron la cuarta jornada que les llevaba desde Silleda hasta Ponte Ulla. Un tramo de casi veintidós kilómetros en los que cambiarían de provincia. De Pontevedra a La Coruña, siempre por caminos rodeados de campos de cultivo y de una gran variedad de flores y plantas.
   Siguiendo la misma táctica que en días anteriores, se paraban para hacerse fotos en casi todos los recovecos del camino. Tengo que reconocer que me enseñaron a disfrutar del entorno. Se sentían embriagadas por aquellos tramos de frondosos eucaliptos. Aquellos setos de hortensias, vistos a través de los ojos de ellas, me parecieron de una belleza impresionante. No en vano se le conoce a esta zona como el “Jardín de Compostela”.
   De vez en cuando nos tropezábamos con alguna iglesia y siempre les llamaba la atención la forma del campanario, que decían ser muy distinto a los del lugar de donde ellas venían. Me seguía intrigando el hecho de que en ninguna ocasión habían sonado las campanas y, sin embargo, ellas se empeñaban en asegurar que para unas habían sonado y para otras no, siendo esto motivo de alegría para las primeras y de pena para las segundas. A todo esto, de momento, se ponían a cantar.  Eran un poco raras.
   En Ponte Ulla les esperaba una tarde bastante reconfortante. Después de comer, se fueron a dar un paseo hasta el río y quedaron fascinadas por la belleza de aquel paraje. Sus aguas cristalinas invitaban a un reconfortante baño. No pudieron resistirse y con un poco de dificultad por falta de calzado adecuado, se metieron y consiguieron llegar hasta una piedra con forma de islote.
   Ellas  creían poseer una gran destreza, pero si no llega a ser porque las tenía agarradas con mis lazos, unas se habrían pegado un batacazo y a las otras se las hubiera llevado la corriente que había producido la apertura de la compuerta, pero bueno, dejé que pensaran que habían sido muy hábiles.
   Esa noche volvieron a aparecer las famosas Meninas. Habían tomado confianza y salían sin que tuviese que mediar el orujo. Eran las señas de identidad de nuestras amigas a las que también habían bautizado como “las chicas de oro”. La popularidad crecía día a día.
   A la mañana siguiente, provistas como siempre de linternas, se disponían a salir para recorrer el último tramo que les conduciría a la meta deseada: Santiago de Compostela.
   En esta última jornada hubo un poco de todo. Por un lado flotaba la alegría de estar tan cerca de conseguir el objetivo, pero por otro  sentían la tristeza de pensar que se acababan esas jornadas tan especiales donde se habían mezclado un conjunto de sensaciones: por una parte, la convivencia con la gente que les rodeaba y por otra, ese escenario inmenso que les  había regalado la compañía de esas preciosas hortensias, esos hórreos, cuyo granito se mostraba erguido, desafiando el paso de los años, los árboles de troncos imposibles que a veces parecía que, en cualquier momento, iban a contonearse para cambiar de postura, esos riachuelos, cuyo susurro acariciaba los sentidos, esas piedras oscuras repletas de vivencias, cubiertas del musgo que intenta tapar mil secretos… Si ellas hablaran…
   Todas estas sensaciones las sumían de vez en cuando en un silencio, pero de nuevo cantaban, cantaban, reían, compartían, caminaban, sentían…
   Dolor. Sí, dolor al cruzar un puente cuya imagen había dado la vuelta al mundo por un desgraciado accidente. La vía del tren, Angrois.
   Con el estado de ánimo tocado, llegaron al Camino Real, recta final hacia la meta y de repente, a lo lejos, las torres de la Catedral de Santiago de Compostela.
   En tan solo cuatro días, había pasado algo asombroso: yo había intentado, por todos los medios, enredarlas para poderlas manejar, pero el aprecio y el apego que habían provocado mis ataduras me habían atrapado a mí también. Estoy segura de que no me quiero desenredar.  Me quedo con ellas.
                                                                                                            Voladoira



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   Este relato quiero dedicarlo a MIS AMIGAS Las Meninas (Ana Mari, Mari Cruz y Rosa Mari), porque sin ellas estoy segura de que no habría sido posible que ocurriera todo lo que ocurrió.
   La visión de las torres a lo lejos fue el detonante que hizo que la emoción contenida durante todo el trayecto se desbordase. Cada una de nosotras albergaba una intención, un sentimiento. El comprobar que estábamos cerca de conseguirlo, nos hizo fundir en un abrazo pues la complicidad que existió entre cada una de nosotras, lo había hecho posible.
   La entrada a la Plaza del Obradoiro estuvo marcada por una mezcla de emoción, entusiasmo, agasajo, turbación y un sinfín de sensaciones, pero todas con un denominador común: la amistad, ese afecto que se había ido fraguando “poco a mucho” entre nosotras y con los componentes del grupo.
   Atrás quedaban pequeñas nubes que, en un momento dado, habrían podido eclipsar, sin conseguirlo, el brillo del camino: la incertidumbre en la oscuridad del bosque, momentos de flaqueza y cansancio, molestias pasajeras, aquel beso cariñoso de alguna pulga despistada, la ausencia de un repique de campanas (léase: visita al baño)… Pero si tenemos en cuenta que todo esto lo sabíamos aderezar con una canción, un chiste o una sonrisa, el resultado añadía buenas vibraciones al conjunto de todas las vivencias.
   A lo largo del camino habíamos respirado la magia que destila ese paisaje repleto de aromas, y habíamos intuido las caricias de esos lazos que nos unían cada vez más, nos enredaban por arte de  meiga… porque, creas en ellas o no… haberlas, haylas.


                                                                                             
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EL CAMINO


La piedra, asfalto, roca,
todavía en penumbra
me adelanto
buscando vieira que me guíe.
El bosque me inquieta
y con calidez me arropa.
Irrumpe el sol
entre las ramas,
marcando puntos de luz
en mi camino.
Camino que despierta mi calma
y me enseña  a mostrarme
peregrino
para surcar derroteros
en el alma.
A mi lado danzan sensaciones,
de prestado, mías, del vecino,
me dan fuerza, me alientan
y me dicen
que voy formando parte del camino.
                                           Marisol, 14-8-13




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