LA CRUZ DE BOLÓN
Si el estrés se hace presente,
ves que te inunda y te vence,
visualiza la montaña,
ponla en tu mente.
Esa fuerza y energía
te permitirá seguir
y lograr los objetivos,
pensando en la recompensa
que hay al final del camino:
flamante fin de semana
con su sábado y domingo.
Te pones el uniforme:
tus buenas botas, el chándal.
Te coges el chubasquero
por si las moscas, te calas.
Pero también una gorra,
por si ocurre lo contrario,
que nunca se sabe cierto
lo que nos trae la mañana.
Suculento tentempié
siempre en forma de bocata
y una buena cantimplora
o la botellica de agua.
Después vienen los “matices”:
que si la bota de vino,
unas olivicas, pastas,
es lo que le da vidilla
al ratico de la charla
porque en buena compañía
es como mejor se pasa.
Y ¡hala! a emprender la marcha.
Desprendidos del asfalto
vas sintiendo el masajeo
de las piedras por tus plantas
que te anuncian que te acercas
por el vuelo de la falda.
Saboreando ese paseo,
esa paz, esa amalgama
de aromas, de sensaciones,
de evasión que te delata:
te sientes en libertad.
Y conforme vas subiendo,
bordeando su silueta,
vas descubriendo el deseo
de seguir, continuar,
hasta llegar a alcanzar
esa cima, esa meta.
Cuando ya lo vas logrando
te invade una sensación
extraña, dulce, excitante
pues es la combinación
de una mezcla de emociones
que brotan de tu interior.
Respiras profundamente
y hasta te puedes sentir
el amo, el rey del mundo
y así mismo, te das cuentas
de que eres tan solo: nada,
insignificante pulga
en medio de esa grandeza
que tienes alrededor.
Y te invita a meditar.
Puedes hacerte un examen,
pensar, recapacitar.
Somos seres tan pequeños,
que carecen de importancia
enfados y quebraderos
que a menudo nos atacan.
La montaña sí que es grande,
su gran cresta, su atalaya,
lo que abarca el horizonte,
sus cordilleras hermanas.
Oteas desde lo alto
lo que la vista te alcanza
y sientes querer volar,
formar parte de esa magia.
Pero eres solo un microbio,
tu pujanza es limitada,
envuélvete en humildad,
esas deben ser tus galas.
Y a la hora de regresar
notas que te has renovado,
esa frescura, esa paz
despiertan tu ser humano.
Desciendes, dejas atrás
ese refugio, ese altar,
pero sientes el consuelo
de pensar que volverás.
Ella te estará esperando
con su energía, su paz,
sin reproches, sin engaños,
auténtica de verdad.
Siempre, siempre, la montaña
paraíso terrenal.
Marisol, 20-5-12