Cuento de Navidad
2012
Marisol Puche Salas
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PRIMER PREMIO
DEL
V CERTAMEN CUENTOS NAVIDEÑOS
Asociación Cultural "tabasal
Valverde (Elche) 5 de enero de 2013
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LA TORMENTA
El regalo
Los balonazos rebotaban sobre la canasta del patio del instituto. Ese sonido era el reclamo que hacía acudir a un buen número de alumnos que encontraban en esa actividad el único punto de conexión con el que relacionarse.
Hacía pocas semanas que había comenzado el curso y los que habían llegado nuevos ese año todavía no se habían integrado con el resto de sus compañeros. Las condiciones no eran muy favorables, pues eran chicos de culturas diferentes con el handicap del idioma. La convivencia resultaba un tanto complicada.
Tratándose de un barrio humilde, había un gran número de inmigrantes. Muchos de ellos no permanecían todo el período de escolarización en el centro y eso hacía que cada curso hubiese caras nuevas. Al profesorado le resultaba bastante laborioso crear un ambiente cálido y constante. Había que inventarse actividades que motivaran a estos chicos y que al mismo tiempo les mantuviese unidos para llevar a cabo algún trabajo o empresa.
Estando próxima la Navidad, uno de los profesores, Manuel, propuso montar una representación sobre la adoración de los Reyes Magos.
Ante la escasez de entusiastas voluntarios, decidió hacer un “casting” de “obligado cumplimiento”. Les convenció asegurándoles que quedarían libres de algunas tareas que se convalidarían con los ensayos. No estaban muy convencidos pero, a regañadientes, aceptaron. Eran chicos de primer curso y todavía se les podía convencer.
Como había alumnos de varias nacionalidades, reunió un grupo bastante heterogéneo: la Virgen era una niña española, Lucía. Fue el único papel para el que se habían presentado tres candidatas y hubo que hacer un sorteo. Las chicas parecían más participativas. San José recayó en José, un niño colombiano que aceptó sin mucho entusiasmo. Para los tres reyes eligió a Borna, un chico croata. Yuan, de nacionalidad china y Sirhan, un chico negro de Ruanda. Los tres daban el perfil idóneo: Borna, que lucía una descuidada melena rubia, sería Melchor. El aspecto de Yuan era bastante apropiado para Gaspar. Y Sirhan venía para Baltasar, que ni pintado. Y nunca mejor dicho. Casi siempre hay que embadurnar la cara al actor que encarna a este rey.
De ángel, Nico, el más “chiquitajo” de la clase. Y como no había a la mano ningún niño pequeño, Lucía se llevaría un muñeco de su casa.
Ya estaba “montado el belén”. Ahora había que ponerse a trabajar.
Les entregó a cada uno el guión para que lo fuesen repasando. Un guión bastante particular pues contenía más dibujos que palabras. Era la mejor manera de que lo comprendiesen. Borna se defendía bastante bien con el idioma pero Yuan y Sirhan tenían unos conocimientos bastante escasos.
Parecía una misión con pocas posibilidades de éxito, pero Manuel era una persona luchadora y su cabezonería le había hecho conseguir, en muchas ocasiones, sus objetivos.
Hacían talleres para confeccionar parte de los ornamentos de los trajes, aunque también podrían utilizar algunas ropas que el centro guardaba de otras representaciones.
Se reunían por grupos para estas tareas. Parecía una fórmula bastante efectiva para conseguir que estos muchachos aprendiesen a convivir en armonía aunque algunas veces se disparaban los ánimos y resultaba casi imposible.
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El trío de reyes tenía que buscar la ropa adecuada para cada uno y ayudarse entre ellos para conseguir un resultado coherente.
Una tarde decidieron bajar al sótano para buscar en unas cajas, algo que les sirviese. Se animaron cuando vieron algunas túnicas que podían quedar perfectas para la ocasión. Comenzaron a hacer planes para repartirse aquello. La dificultad del idioma les jugaba, a veces, una mala pasada porque cada uno interpretaba las decisiones a su conveniencia y se enfrascaban en discusiones caóticas que, cargadas de comicidad, desembocaban en pelea.
Cuando más caldeado estaba el ambiente, algo hizo que se enfriaran los humos. Se habían quedado totalmente a oscuras y la ausencia de ventanas convertía aquella sala en un agujero negro de donde no sabían cómo salir.
Cuando por fin encontraron la puerta, subieron las escaleras que conducían a recepción y entonces se dieron cuenta de que habían perdido la noción del tiempo. ¡Se habían quedado encerrados! Y no solo eso, al asomarse por las ventanas, vieron que estaban en plena tormenta con lluvia, relámpagos y truenos, motivo por el cual se había ido la luz.
Se estaban empezando a asustar cuando Borna les tranquilizó. –No pasa nada, llamamos por teléfono al ayuntamiento y que vengan a sacarnos. -¡Qué buena idea!- pensaron, pero la alegría se diluyó como si le hubiera caído encima el diluvio que estaba anegando las calles que les rodeaban. Cuando descolgaron el auricular, no había señal alguna. Las líneas también estaban afectadas por el temporal.
Después de unos minutos de desesperación, trataron de organizarse. Yuan recordó que en la sala de profesores había visto un frigorífico, un día que entró con su madre a hablar con el profesor.
Lo único que encontraron fue un paquete de leche y unos zumos. Y rebuscando en un cajón, unos paquetes de galletas. Dieron buena cuenta de todo ello y según avanzaba la tarde se convencieron de que iban a pasar allí la noche. La tormenta habría destrozado algún poste del tendido eléctrico y no parecía que lo fuesen a reparar pues no paraba de llover.
Rebuscando, encontraron una linterna. Así, por lo menos, se podrían orientar un poco. Decidieron bajar otra vez al sótano y seguir buscando cosas para la obra, se pusieron unos ropajes y comenzaron a ensayar.
Intercambiaron alguna idea y siguieron charlando o intentando charlar pero ya acurrucados y envueltos en una especie de manta. El cansancio y el frío les acechaba.
De momento oyeron un estruendo. No sabían si era granizo, pero el miedo les hizo cubrirse las cabezas y permanecer abrazados durante bastante tiempo. Al cabo de un buen rato se dieron cuenta de que reinaba un silencio absoluto.
No se atrevían a sacar las cabezas de debajo de la manta, pero Yuan, armándose de valor, asomó la nariz y pudo comprobar que ya había pasado la tormenta, el cielo estaba totalmente despejado y lucían las estrellas con todo su esplendor. ¿¿Las estrellas?? ¿¿el cielo?? ¿qué estaba pasando? Alertó a sus compañeros y allí estaban los tres, en medio de la noche y en un cruce de caminos por el que ninguno de ellos recordaba haber pasado nunca.
No sabían como habían llegado hasta allí. No había nada que les resultase familiar excepto las ropas que se habían puesto y unas bolsas que habían encontrado en el sótano. Estaban a sus pies, aunque mirándolas bien, tenían un aspecto distinto. Cuando las abrieron, una de ellas tenía unas bolitas rojizas, y la otra, amarillas. Eran una especie de resina. La tercera también tenía bolitas, pero eran más brillantes. ¡Eran de oro!
¡Aquello era lo que nombraba el guión de la obra de teatro! El oro, el incienso y la mirra.
Estaban aturdidos. Aquello no tenía sentido. No podían pensar con claridad y estaban, pero que muy asustados. Pero…no estaban solos. Se tenían los unos a los otros. Eso hacía más llevadero el hecho de estar tan perdidos.
Recordaban con bastante detalle cómo se desarrollaba el guión de la obra y decidieron llevarlo a cabo. Cada uno cogió el presente que le correspondía y se dispusieron a emprender la marcha, pero ¿por cuál de los tres caminos? De repente, Borna recordó lo de la estrella anunciadora.
-¿Será posible que nos esté pasando esto?- Había que confiar en que ocurriese algo y se sentaron a esperar.
De vez en cuando daban alguna que otra cabezada haciendo un gran esfuerzo por no sucumbir al sueño.
De repente, el cielo se iluminó y con todo su esplendor, apareció una enorme estela. Estaba claro que les indicaba una dirección y comenzaron a caminar. Al cabo de un rato vieron a unos pastores que se dirigían hacia un punto del camino en el que había un pequeño grupo de personas. Cuando se acercaron, reconocieron el dibujo del pesebre que había en el guión. Quedaron impresionados al ver lo bien que estaban interpretando su papel tanto Lucía como José. ¡Hay que ver que bien maquillados! Están irreconocibles. ¿Y el niño? ¡Qué suerte! Habían encontrado uno de verdad. ¿Y estos animales? Eso no estaba en el guión, pero no quedaban mal.
Con toda solemnidad, se acercaron al pequeño y depositaron el oro, el incienso y la mirra. Tanto San José como la Virgen les dirigieron una sonrisa de agradecimiento.
Un pastor que estaba por allí, les dio unos tazones de leche recién ordeñada y una hogaza de pan para el camino de regreso. Un chico se les acercó y les entregó tres ramas de olivo. Les dijo con una voz muy candorosa que allá donde fueren llevasen la paz. Por su forma de hablar y por su escasa estatura, dedujeron que aquel debía ser Nico, el ángel. Y emprendieron el camino de regreso.
Comenzaron a andar e instintivamente siguieron una dirección. Era un largo recorrido pero cuando uno desfallecía, los otros le ayudaban a seguir, hasta que el cansancio pudo con ellos. Se acurrucaron en un recoveco del camino y cubriéndose con un montón de hojarasca, se abrazaron para darse calor y quedaron sumidos en un profundo sueño.
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-¡No me zarandees!- repetía Borna, intentando seguir durmiendo. - ¿Qué pasa?- Yuan y Sirhan mascullaron algo en su idioma. Cuando consiguieron abrir los ojos, se encontraban en el sótano del instituto y oían los gritos del conserje que los había encontrado y estaba dando aviso, a voces, al resto de personas que se habían pasado toda la noche buscándolos por todo el pueblo.
Hubo un gran revuelo. Madres llorando, amigos gritando, profesores intentando calmar los ánimos. Cuando todo se tranquilizó, se aclaró la situación y todos se despidieron celebrando que no les hubiese pasado nada.
Conforme se iba acercando el día de la representación, en algún momento habían comentando la coincidencia de haber tenido los tres el mismo sueño el día de la tormenta. Era algo muy confuso pero no les preocupaba.
Por fin, llegó el gran día. Estaban un poco nerviosos pero se sentían seguros. No en vano habían tenido un ensayo muy especial. Al prepararse para salir a escena, sintieron la necesidad de cogerse de las manos y apretar con fuerza sintiendo revivir la emoción de aquella noche.
Todo se desarrolló como estaba previsto. Hubo alguna diferencia en relación con el mágico sueño: el niño era el muñeco de Lucía y no se les acercó ningún pastor a ofrecerles un tazón de leche. No la necesitaban pues no tenían tanto frío como en el sueño.
Les entregaron los presentes a Jesús y tanto la Virgen como San José, mostraron su agradecimiento con una sonrisa. Fueron desapareciendo de la escena y comenzaron a oírse los aplausos.
En ese momento hubo una ráfaga que envolvió a los tres amigos. Era una imagen que acudió a sus mentes. Se miraron y repitieron al unísono: ¡Las ramas de olivo!
Eso solo había pasado en el sueño. Se las había entregado el ángel, pero no estaba ensayado para la obra. Instintivamente metieron, expectantes, sus manos en los bolsillos de las túnicas. Sus ojos se llenaron de luz. ¡Los tres tenían su rama correspondiente!
Borna Melchor, Yuan Gaspar y Sirhan Baltasar asieron con fuerza las ramas de olivo con la intención de cumplir el encargo que se les hizo cuando se las entregaron.
Después, con el tiempo, comprendieron que ellos le ofrecieron a Jesús aquellos simbólicos presentes y que, a cambio, habían recibido un regalo que, en forma de tormenta, se había convertido en el mejor tesoro que se puede poseer: La amistad.
Gracias.
Por mirarme y sonreír,
por ayudarme a soñar,
por no apartarte de mí,
por mostrarme tu bondad
y sobre todo, mil gracias
por brindarme tu amistad.
Marisol