martes, 26 de noviembre de 2013

MI CALMA



   No te acerques, no me toques
no me desarmes la magia,
mi burbuja, mi ilusión,
mi todo o tal vez, mi nada.

   No derrumbes mi castillo,
no atravieses mi alambrada,
deja que el viento acaricie,
tan solo, mi piel callada.

   Y si, de lejos, tú quieres,
me dices, me sientes, clamas,
pero no, no te me acerques,
deja que reine mi calma.
                                        Marisol  5-3-13

jueves, 21 de noviembre de 2013

EN EL CAMINO (2013)

                             
            - Camino Sanabrés -    
        Orense-Santiago de Compostela
       Agosto-2013
                                                       

     Marisol Puche Salas


           A las Meninas, que lo hicieron posible:


                Mª Agustina Sarmiento: Ana Mari Navarro Rovira
Isabel: Mari Cruz Pérez Ycardo
Margarita: Rosa Mari Amores Salto


                                          Marisol (Mari Bárbola)




  Me acababa de acurrucar en un suspiro. El día anterior había sido un tanto inquieto. El despiste, la dejadez o la mala intención de algún desalmado hizo peligrar la cálida paz de mi bosque. Un conato de incendio había tenido en vilo a los guardas que se pasaron toda la noche tratando de controlar la situación. Ya, de madrugada, lo estaban consiguiendo y yo intentaba descansar cuando, de pronto, un estridente sonido martilleaba en mis oídos. Eran unos horrendos gritos y cuando presté atención ¡no me lo podía creer!: cuatro almas cándidas atravesaban el bosque, muertas de miedo por la oscuridad que reinaba, pues la luna nueva se guarda mucho de regalar destello alguno. Pero lo que es peor: presumían de que estaban cantando y, según les oía decir, lo hacían para evitar que cualquier habitante del bosque saliese a asustarles… con su propio miedo.
   Se podía respirar el susto que llevaban y, claro, no me pude resistir. Aquello era un manjar servido en bandeja.
   Mi nombre es Voladoira, vivo desde hace unos cuantos siglos en este bosque cercano a Silvaboa. Es paso del camino de Santiago, pero tengo que decir que por aquí no suele pasar mucha gente pues hay otra alternativa que resulta más corta, así es que cuando vi a estas cuatro “perlas” pensé: me las quedo. Y pasé a la acción.
   En un momento en el que se acurrucaron para comprobar, en el plano o el mapa que llevaban, si iban en la dirección correcta, hice una pirueta sobre ellas y, dando unas cuantas vueltas, las envolví con una gran lazada. De momento no quise apretarles mucho para que se pudiesen mover. Quería saber cómo se desenvolvían pues me parecían unos ejemplares bastantes peculiares. Además, les oí un comentario en el que mencionaban que “haberlas, haylas”. Me cayeron bien.
   Era el segundo día que salían a caminar. Habían pasado la noche en Cea, después de veintiún kilómetros andando desde Orense, donde habían llegado tras doce horas de autobús. Yo creo que eso tuvo que ser peor que lo del bosque, por muy oscuro que estuviese.
   La tarde anterior recorrieron las callejuelas del pueblo y descubrieron enseguida que la representación masculina de Cea suele ser bastante tosca. Menos mal que las féminas contrarrestan esa deficiencia, pues son atentas y serviciales.
   En una casa-tienda les prepararon una opípara cena con su correspondiente postre de queso y, claro, aquello había que regarlo. Y qué mejor forma de hacerlo, que con un buen vino y un exquisito orujo. Entonces, parece ser que ocurrió un fenómeno que se repetiría a lo largo del camino con una de nuestras amigas: cuando el orujo le entraba, despertaba sin contemplaciones a las dulces y sutiles Meninas. Sí, las Meninas de Velázquez. Nuestra narradora en cuestión sentía como se afanaban por salir y no tenía más remedio que recitar aquellos versos que describían el gran cuadro del ilustre pintor. Al salir acompañadas de los efectos etílicos, solían dar algún que otro tropezón que añadía cierto toque divertido a la narración. La primera “actuación” fue en petit comité, pero se fue corriendo la voz y se repitió en días sucesivos el brindis del orujo para provocar que las damas en cuestión hiciesen acto de presencia. Y vaya que lo hicieron.
   Cuando, por fin, nuestras amigas salieron del bosque, respiraron tranquilas y hasta llegaron a bromear con la situación por la que acababan de pasar. Entre la oscuridad y los vestigios del apaciguado incendio, habían llegado a estar realmente asustadas, pero no perdían el buen humor. Me dije: sigo con ellas. Y me dispuse a enredarlas un poco más.
   Al pasar por el Monasterio de Oseira tuve que desenredar un poco la madeja. Dos de ellas se quedaron a visitarlo y las otras dos siguieron. Daba gusto ver cómo disfrutaban. Unas, atendiendo las explicaciones del monje…“pálido” y las otras, con las peripecias que tuvieron que salvar al encontrarse con un rebaño de vacas y ovejas. Las vacas eran impresionantes según ellas. Para mí, eran… vacas. Iban solas por el camino sin pastor que las guardase y nuestras amigas tuvieron que pasar por en medio de la comitiva, casi sin respirar para no incomodar a los pobres animales. Eran momentos tensos, pero al mismo tiempo les proporcionaban una serie de emociones a las que no estaban acostumbradas. El contacto con la naturaleza les hacía sentirse renovadas, libres, relajadas, auténticas, felices. Este segundo día de marcha podría decirse que no tenían prisa por llegar. Querían disfrutar del camino.
   Llegaron a Castro-Dozón y, claro, como no fueron de las primeras, tuvieron que conformarse con unas esterillas diminutas para dormir. Menos mal que, haciendo amigos, unos simpáticos jóvenes les dejaron unas colchonetas y mejoraron un poco.
   Yo confieso que, poco a poco, iba enredándolas un poco más, pero ellas también poseían algo de magia, pues tenían una gran habilidad para entrelazarse con los demás del grupo. Tuvieron una velada muy divertida, donde de nuevo surgió el trueque “orujo-Meninas”.


                                              ::::::::::::::::::


   La tercera jornada iba a ser bastante dura. Tenían por delante casi veintiocho kilómetros y aunque no había muchas subidas, salieron dispuestas a esforzarse. Los pies ya se iban resintiendo, los gemelos hacían acto de presencia y las rodillas sufrirían esas largas bajadas, aunque el ingenio hizo que descubrieran nuevas técnicas. Lo mismo bajaban de espaldas que haciendo un sonoro zig-zag. Y digo sonoro porque enseguida se ponían a cantar.
   Este día empecé a estar un poco alerta pues resulta que la meiga soy yo, pero ellas hacían, cada vez, cosas más raras. Cuando llegaban a un cruce de caminos tenían un ritual que consistía en cantar (todo lo arreglaban cantando), con más o menos acierto, “un pasito palante María” o algo así. Lo traerían preparado expresamente para ellas, pues las cuatro eran Marías (Mari Cruz, Ana Mari, Rosa Mari y Marisol). Creo que era una especie de conjuro para evitar las malas influencias. Muy poco efectivo, pues yo no notaba ninguna fuerza que me apartase de ellas, aunque de todas formas, solo me limitaba a tenerlas atrapadas entre sí y creo que eso no les hacía ningún daño.
   He de decir que aunque, como mi nombre indica, me dedico a volar y hacer piruetas por el aire, soy una meiga y reivindico mi derecho a asustar un poco.
   Había otro tema que también reafirmaba mis sospechas: cuando alguien tenía una molestia, acudía a ellas para que le pusiera un hilo atado por la parte afectada. Hay que reconocer que eran un poco chapuceras, pues los hilos que yo utilizo, son muy sutiles y procuro que no se vean. Ellas no. Una cuerda con dos vueltas y unos nudos y se quedaban tan tranquilas. Y la gente, tan contenta. Estas cosas desprestigian el oficio, pero eso es otra historia.
   Esta etapa estaba resultando bastante dura. Yo confieso que no las lié tanto como para que se pusieran a dar vueltas, pero creo que algún rodeo sí que dieron. Y digo que creo porque me estaban empezando a confundir. Cuando más tranquilas iban y rodeadas del máximo silencio, comentaban, unas con alegría y otras con desilusión, que ¡tocaban las campanas! Yo prestaba atención y, ¡por la meiga que me embrujó!, yo no oía nada, aunque a veces me convencían de que sonaba un tintineo.
   Ellas también estaban un poco confusas, sobre todo cuando preguntaban a algún lugareño cuánto faltaba para llegar. –Dos kilómetros- Esa fue la respuesta que estuvieron oyendo durante casi dos horas.
   Abatidas por la desesperación, una de ellas comenzó a soltar una especie de regañina, invitándolas a que mirasen a su alrededor. Al principio yo no entendía nada, pero, poco a poco, me dejé llevar por su entusiasmo y empecé a darme cuenta de que yo estaba acostumbrada a ver aquel entorno y quizás había dejado de sorprenderme por la belleza que me envolvía. Bueno, que nos envolvía. Me gustaba sentirme parte de aquellas mujeres que sabían disfrutar de lo que les rodeaba: un frondoso paraíso cuajado de helechos, musgo, aquellos pomos de hortensias…  Noté cómo, de pronto, se recargaban de energía y seguían el camino.
   Por fin, llegaron a Silleda. Al entrar en el patio del albergue con las comisuras de los labios hacia arriba, como les había aleccionado la reñidora en cuestión, fueron recibidas con una gran ovación y con muestras de júbilo por parte de los demás compañeros, que ya habían llegado hacía un buen rato.
   La verdad es que despertaban simpatía en el resto de los componentes del grupo, pues se desenvolvían bastante bien y teniendo en cuenta que dos de ellas habían sobrepasado ya la media docena de decenas, pues no estaba mal el ritmo que llevaban.
   Conforme pasaban los días se iba afianzando la amistad con los demás compañeros y ellas eran, cada vez, más populares. Ya empezaban a ser conocidas como las Meninas a lo que no pusieron ninguna objeción. Al contrario, decidieron repartirse los personajes del cuadro y la recitadora iba a ser la encargada de hacerlo. A Ana Mari le adjudicó el papel de María Agustina Sarmiento. A Mari Cruz, el de Isabel. La princesa Margarita sería Rosa Mari y Marisol se quedó con el de Mari Bárbola.
   Pasaron el resto del día relajadas y descansando para enfrentarse al nuevo día. Yo quería aprovechar esos momentos para apretar un poco más los lazos que las envolvían, pero era complicado. No me dejaban concentrarme pues de momento una de ellas contaba pequeñas historias que les producían al resto unas sonoras carcajadas. Era muy gratificante ver lo bien que se lo pasaban.


                                                :::::::::::::::


   A la mañana siguiente, bien temprano, comenzaron la cuarta jornada que les llevaba desde Silleda hasta Ponte Ulla. Un tramo de casi veintidós kilómetros en los que cambiarían de provincia. De Pontevedra a La Coruña, siempre por caminos rodeados de campos de cultivo y de una gran variedad de flores y plantas.
   Siguiendo la misma táctica que en días anteriores, se paraban para hacerse fotos en casi todos los recovecos del camino. Tengo que reconocer que me enseñaron a disfrutar del entorno. Se sentían embriagadas por aquellos tramos de frondosos eucaliptos. Aquellos setos de hortensias, vistos a través de los ojos de ellas, me parecieron de una belleza impresionante. No en vano se le conoce a esta zona como el “Jardín de Compostela”.
   De vez en cuando nos tropezábamos con alguna iglesia y siempre les llamaba la atención la forma del campanario, que decían ser muy distinto a los del lugar de donde ellas venían. Me seguía intrigando el hecho de que en ninguna ocasión habían sonado las campanas y, sin embargo, ellas se empeñaban en asegurar que para unas habían sonado y para otras no, siendo esto motivo de alegría para las primeras y de pena para las segundas. A todo esto, de momento, se ponían a cantar.  Eran un poco raras.
   En Ponte Ulla les esperaba una tarde bastante reconfortante. Después de comer, se fueron a dar un paseo hasta el río y quedaron fascinadas por la belleza de aquel paraje. Sus aguas cristalinas invitaban a un reconfortante baño. No pudieron resistirse y con un poco de dificultad por falta de calzado adecuado, se metieron y consiguieron llegar hasta una piedra con forma de islote.
   Ellas  creían poseer una gran destreza, pero si no llega a ser porque las tenía agarradas con mis lazos, unas se habrían pegado un batacazo y a las otras se las hubiera llevado la corriente que había producido la apertura de la compuerta, pero bueno, dejé que pensaran que habían sido muy hábiles.
   Esa noche volvieron a aparecer las famosas Meninas. Habían tomado confianza y salían sin que tuviese que mediar el orujo. Eran las señas de identidad de nuestras amigas a las que también habían bautizado como “las chicas de oro”. La popularidad crecía día a día.
   A la mañana siguiente, provistas como siempre de linternas, se disponían a salir para recorrer el último tramo que les conduciría a la meta deseada: Santiago de Compostela.
   En esta última jornada hubo un poco de todo. Por un lado flotaba la alegría de estar tan cerca de conseguir el objetivo, pero por otro  sentían la tristeza de pensar que se acababan esas jornadas tan especiales donde se habían mezclado un conjunto de sensaciones: por una parte, la convivencia con la gente que les rodeaba y por otra, ese escenario inmenso que les  había regalado la compañía de esas preciosas hortensias, esos hórreos, cuyo granito se mostraba erguido, desafiando el paso de los años, los árboles de troncos imposibles que a veces parecía que, en cualquier momento, iban a contonearse para cambiar de postura, esos riachuelos, cuyo susurro acariciaba los sentidos, esas piedras oscuras repletas de vivencias, cubiertas del musgo que intenta tapar mil secretos… Si ellas hablaran…
   Todas estas sensaciones las sumían de vez en cuando en un silencio, pero de nuevo cantaban, cantaban, reían, compartían, caminaban, sentían…
   Dolor. Sí, dolor al cruzar un puente cuya imagen había dado la vuelta al mundo por un desgraciado accidente. La vía del tren, Angrois.
   Con el estado de ánimo tocado, llegaron al Camino Real, recta final hacia la meta y de repente, a lo lejos, las torres de la Catedral de Santiago de Compostela.
   En tan solo cuatro días, había pasado algo asombroso: yo había intentado, por todos los medios, enredarlas para poderlas manejar, pero el aprecio y el apego que habían provocado mis ataduras me habían atrapado a mí también. Estoy segura de que no me quiero desenredar.  Me quedo con ellas.
                                                                                                            Voladoira



                                          :::::::::::::::::::::





   Este relato quiero dedicarlo a MIS AMIGAS Las Meninas (Ana Mari, Mari Cruz y Rosa Mari), porque sin ellas estoy segura de que no habría sido posible que ocurriera todo lo que ocurrió.
   La visión de las torres a lo lejos fue el detonante que hizo que la emoción contenida durante todo el trayecto se desbordase. Cada una de nosotras albergaba una intención, un sentimiento. El comprobar que estábamos cerca de conseguirlo, nos hizo fundir en un abrazo pues la complicidad que existió entre cada una de nosotras, lo había hecho posible.
   La entrada a la Plaza del Obradoiro estuvo marcada por una mezcla de emoción, entusiasmo, agasajo, turbación y un sinfín de sensaciones, pero todas con un denominador común: la amistad, ese afecto que se había ido fraguando “poco a mucho” entre nosotras y con los componentes del grupo.
   Atrás quedaban pequeñas nubes que, en un momento dado, habrían podido eclipsar, sin conseguirlo, el brillo del camino: la incertidumbre en la oscuridad del bosque, momentos de flaqueza y cansancio, molestias pasajeras, aquel beso cariñoso de alguna pulga despistada, la ausencia de un repique de campanas (léase: visita al baño)… Pero si tenemos en cuenta que todo esto lo sabíamos aderezar con una canción, un chiste o una sonrisa, el resultado añadía buenas vibraciones al conjunto de todas las vivencias.
   A lo largo del camino habíamos respirado la magia que destila ese paisaje repleto de aromas, y habíamos intuido las caricias de esos lazos que nos unían cada vez más, nos enredaban por arte de  meiga… porque, creas en ellas o no… haberlas, haylas.


                                                                                             
                   :::::::::::::::::O:::::::::::::::::
                                                                                           

 

EL CAMINO


La piedra, asfalto, roca,
todavía en penumbra
me adelanto
buscando vieira que me guíe.
El bosque me inquieta
y con calidez me arropa.
Irrumpe el sol
entre las ramas,
marcando puntos de luz
en mi camino.
Camino que despierta mi calma
y me enseña  a mostrarme
peregrino
para surcar derroteros
en el alma.
A mi lado danzan sensaciones,
de prestado, mías, del vecino,
me dan fuerza, me alientan
y me dicen
que voy formando parte del camino.
                                           Marisol, 14-8-13




sábado, 9 de noviembre de 2013

EL OTOÑO



   Como lágrimas de viento
caen las hojas,
sin prisas.

   Su contoneo añora un recuerdo,
aquel ayer luminoso,
el fulgor,
pero siguiendo una pauta
cambian de atuendo,
elegante, suntuoso
y, a la vez, tenue y sencillo.

   Con sigilo, anuncian
que se acerca un letargo,
un largo recogimiento,
tejiendo alfombra de oro
para alimentar encuentros,
para volver a mostrar
primaveras de un recuerdo,
pero, despacio, es otoño,
llave y portón del invierno.

                                Marisol, 28-9-13

sábado, 2 de noviembre de 2013

RUANDA


                                                             Gracias a Lucía...


Mis ojos se entrecierran al compás
del gesto que se escapa de mi boca;
me siento contagiada, atrapada
por la alegría que sus sonrisas provocan.

Es tan grande, siendo tan pequeños,
el sentimiento que transmiten sus miradas,
que me enseñan sin esfuerzo, sin palabras,
todo un mundo de valores inmensos.

Me siento tan insignificante,
ridícula, mediocre, tan pequeña,
valorando temas superficiales
y dando importancia a cosas necias…

Y los vuelvo a mirar y me sorprendo,
generosos me conceden el regalo
de hacerme sonreír y les envidio:
teniendo tan poquito, tienen tanto…
                 Marisol, 2-11-13

sábado, 26 de octubre de 2013

CRUEL Y DULCE SOLEDAD



   Igual que una bocanada
de aire fresco que refresca.
   Igual que una suave brisa
después de la tempestad.

   Alguna vez, velo negro
que te nubla y envenena
cuando te envuelve la pena,
cruel y dulce soledad.

   Si te busco, eres el hada 
que concede mis deseos;
pero la tristeza manda
si esquivándote, te tengo.

   Una fórmula perfecta
sería poder tenerte
cuando necesito y siento
elegir mi propia suerte.

   Ni me dejes, ni me abrumes,
sin querer, te quiero cerca
para poderte abrazar
cuando necesite estar
a solas con mi conciencia.
                                Marisol, 18-10-13

LENTAMENTE



   A veces te quiero tanto
que no recuerdo las veces
que creo que no te quiero.

   Todo un día sin pensarte
es un logro y me doy cuenta:
tan solo fue una mañana,
tres horas o, quizá, menos.
Y el resto…
centro de mi pensamiento.

   ¿Qué es aquello que me dio
cuando saliste a mi encuentro?

   Sin sonar grandes campanas
te fuiste colando en mí,
poco a poco, lentamente
se fue fraguando el misterio
de quererte y no quererte,
de sentirte junto a mí
sabiendo que estás tan lejos.
                          Marisol, 14-10-13

LA PIEDRA Y EL MAR



   Cada vez que tus caricias
se deslizan por mi cuerpo,
modelas mi redondez,
me regalas  un requiebro.

   No me importa compartir
tus susurros, tus deseos,
si te saben apreciar,
y sienten lo que yo siento.

   A veces tu candidez
es casi como un suspiro
y si muestras tu bravura
me haces perder el sentido.

   Pero siempre estás ahí,
fiel, galante, compañero,
nunca faltas a tu cita,
por eso tanto te quiero.
                             Marisol, 15-10-13

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...